Anthony John Hancock, más conocido como Tony Hancock, fue un popular humorista de radio y televisión, de gran éxito en Inglaterra en los años 50 y 60. Se llegó a decir en su tiempo, que toda Inglaterra encendía la televisión a las ocho de la tarde para ver su programa.
A pesar del éxito, Hancock se suicidó en Australia en 1968, dejando una nota en la que escribió: “Demasiadas cosas salieron mal demasiado a menudo”.
La historia de Hancock nos sirve para reflexionar acerca de lo que nos lleva al desastre, incluso habiendo conocido el éxito. Más concretamente, pienso en comercios, incluso en sectores, que pasan por una situación difícil y que a muchos de ellos les ha costado, o les costará, el cierre de sus negocios.
Generalmente, cuando alguien está inmerso en una espiral descendente, empieza a repartir culpas hacia todos los lados y se olvida de la autocrítica. El desastre no llega casi nunca por un solo factor, normalmente hay una serie de decisiones que hemos tomado mal y que nos han llevado a esa situación. Ahora es fácil echar la culpa a la crisis, pero, incluso en la misma situación, vemos a nuestro alrededor ejemplos que nos demuestran que de la crisis se puede salir fortalecido.
Algunos de los factores causantes de la situación actual de no pocos comercios vienen dados por decisiones mal tomadas, pero la gran mayoría, en realidad, están provocados por no tomar decisiones.
No tomar decisiones no nos libra de equivocarnos
Bien al contrario: no tomar decisiones, acertadas o no, nos da una sensación de falsa seguridad y hace que perdamos la costumbre de decidir, de actuar. Así, nos encontramos con comercios paralizados, esperando “que pase el temporal” sin aplicar cambio alguno.
Muchas de las decisiones no tomadas afectan a la incorporación de nuevas líneas de producto y retirada de otras líneas de baja demanda, a la (des) actualización de las instalaciones, a la (no) aplicación de técnicas de escaparatismo, a la aceptación de ciertos medios de pago, a la delimitación y estudio de la competencia, etc.
Para terminar, creo que esta cita puede ilustrar muy bien la necesidad de que “la máquina de tomar decisiones” esté siempre a punto y bien engrasada:
«El secreto del éxito no es prever el futuro, sino crear una
organización que prosperará en un futuro que no puede ser previsto»
Michael Hammer (Massachusetts Institute of Technology)
Foto: MikeCrane83 (flickr)
En mi pueblo hay un bar que no ha cambiado en casi setenta años. Se felicitan por ello. Sin embargo, cada vez que paso por él sólo veo a una clientela fiel que envejece junto al bar. Veo nietos pero no hijos. Miento. Hay dos camareros jóvenes que son sobrinos del dueño. No pueden tocar nada del bar sin que él lo apruebe. Y no lo hace. Ellos se empeñan en poner la mejor de las caras a los nuevos visitantes, a las mujeres, pero el resto de los clientes expulsan a los nuevos.
Es un bar de café y dominó. Con él no ha podido la prohibición de fumar. Se adelantaron los médicos y los achaques. Ya no se piden las bebidas de antaño: los «sol y sombra» (anís y brandy), los «chispazos» mañaneros o las «palomillas» (anís y agua), aunque las tapas de cocina siguen siendo apetitosas. Todo se vuelve amarillento, más tristón. El paso del tiempo lo va desgastando cansinamente. Es como si no pudiera escapar de su sino. Morirá y nadie lo echará de nuevo.
Hola Paco.
Por desgracia hay muchos negocios de estos. Lo curioso es que, en lugar de cuestionar su funcionamiento, cuestionan a los clientes. Son aquellos que enseguida dicen aquello de que ya no hay quien entienda a la gente y cosas de estas.
Lo curioso es que, en los raros casos en los que alguien se molestas en darles algún consejo, salen con aquello de que ellos tienen nosecuantos años de experiencia y que, por tanto, nadie les va a enseñar nada a estas alturas.
Muchos de ellos funcionan en lo que llamo «modo zombie»: están muertos, pero no lo saben y siguen caminando.
Un saludo,
Celestino Martínez.