The Little Shop of Horrors (La pequeña tienda de los horrores) es una película de 1960 dirigida por uno de los maestros de la serie B: Roger Corman, que, fiel al estilo, la rodó en dos días y con un presupuesto modestísimo. En 1982 se estrenó un musical basado en la película y en 1986 un remake, considerado ya “de culto”.
En el argumento, Seymour es un triste y apocado dependiente de una floristería, enamorado de su compañera de trabajo, al que le cambia la vida, y el negocio, cuando descubre una planta “extraterrestre” que se alimenta de sangre humana. A pesar de lo estrafalario del guión, es una película divertida.
Me permito apropiarme de parte del título de esta película para comenzar serie de entradas en las que iré tratando algunos aspectos especialmente descuidados en algunas tiendas.
El primer “horror”, que inaugura esta serie, es el que podemos ver en esta foto:
En principio, pudiera parecer que sólo vemos el escaparate de una tienda de electrodo-mésticos un tanto desactualizada. Si nos acercamos más, podemos leer en los adhesivos pegados en los cristales:
“Ofertas de Primavera: ¡¡Descúbrelas!!”
No pasaría nada si esta foto no se hubiese hecho en el mes de Octubre, o sea, en otoño. Estos descuidos, que evidencian una falta de interés total, pueden inducir a pensar al cliente que este desinterés se amplíe a otros aspectos del negocio.
Catálogos de años pasados, displays descoloridos, decoración navideña sin retirar meses después, carteles de novedad en productos históricos, adhesivos de pago con tarjetas desaparecidas en la puerta y otras señales de “desactualización” son pequeños detalles que hay que evitar, por la imagen de desidia que muestran.