No veo demasiado la televisión. No es por hacerme el moderno ni el interesante, es que no me gusta mucho lo que se programa en la mayoría de los canales y prefiero dedicarme a otras cosas que considero que me aportan más. Sin embargo, he visto un par de veces un programa que me gusta.

Se llama “Pesadilla en la cocina” y lo protagoniza Gordon Ramsay, un cocinero de fama mundial, con 12 estrellas Michelín en su haber. En este reality gastronómico-empresarial, Gordon se presenta en un restaurante, normalmente a punto de cerrar, y promueve los cambios necesarios para reconducir el funcionamiento del negocio.

Lo primero que hace es “ser un cliente”. Es decir, se sienta a la mesa, valora la decoración y la carta y pide unos cuantos platos para probar la cocina del local. Después entra en la cocina y comprueba su limpieza,  y el estado y calidad de los alimentos con los que trabajan en  el restaurante. Tras haber hecho esto, suele tener un primer diagnóstico, que comunica a los gestores del restaurante.

En la mayoría de los casos se redefine la carta, se redecora el local y se trabaja en mejorar la gestión de la cocina.

Los métodos de Gordon Ramsay no son muy delicados: con frecuencia grita y no siempre se dirige con corrección a quienes quiere ayudar. Muchas veces no estoy de acuerdo con sus formas pero quiero pensar que esto es algo premeditado y exagerado por tratarse de un programa de televisión.

El método de diagnóstico podría ser válido para cualquier negocio, destacando como más importante el “ser cliente”, percibir la calidad de los productos y del servicio. Generalmente, se trata de hacer ajustes que lleven al restaurante a proponer una oferta coherente, de calidad y que respete y cuide al cliente.

Pero no es del “método de diagnóstico” de lo que quería hablar.

Lo que más me llama la atención en alguno de los programas que he visto es la soberbia de aquellos a los que Gordon quiere ayudar, generalmente tanto los chefs como alguno de los gestores de estos restaurantes.

Visto con la perspectiva que nos ofrece la televisión,
resulta patético ver cómo un chef mediocre, con la cocina sucia,
y que prepara platos con alimentos en mal estado,
le diga en la cara a un profesional de primer nivel
que no tiene nada que aprender de él.

Tampoco es alentador ver al gestor de un restaurante familiar, que está a punto de ser embargado, obstinarse en justificar cada una de las calamitosas decisiones que están llevando a su negocio, y a su familia, a la ruina.

En los años que llevo trabajando como comercial y en los que llevo siendo cliente de todo tipo de comercios, he conocido encargados de compras y vendedores intentando imponer sus gustos o criterios, dando un servicio de escasa calidad o presentando importantes carencias de conocimiento de los productos que venden. Estos vendedores, pagados de sí mismos,  arriesgan la rentabilidad y viabilidad de un negocio que no es suyo, con tal de seguir autoafirmandose.

También he conocido gestores agarrados a una única y trasnochada manera de hacer las cosas, cómoda pero inútil, culpando a todo el mundo de sus desgracias, principalmente a sus clientes. Sin un atisbo de autocrítica ni cuestionamiento de las líneas generales de su negocio, dilapidan lo ganado en los buenos años a gran velocidad, esperando inútilmente que la vieja receta vuelva a funcionar.

Lástima que en el mundo del comercio no haya ningún Gordon Ramsay que, aunque fuese a fuerza de gritos, hiciese entrar en razón a unos y otros.

Si no has visto el programa de Gordon Ramsay, cosa que recomiendo que hagas, puedes ver aquí una muestra.

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Guia 2024 para la actualización del comercio local

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